miércoles, 10 de setiembre de 2008

Otro cuento

Este es un cuento que hice cuando estaba en quinto de secundaria, para un concurso cuyo tema era la importancia del agua. Como no soporto el acartonamiento ni las ataduras, escribí sobre el destino de una etnia que se vinculaba con el fluir del agua (al menos eso es lo que me acuerdo). Claro, el cuento fue ninguneado sin piedad por no tocar el tema. ¡Salud, Galba! (PS: Quizás si sea un cuento recontra malo). Perdón por el mal uso de los verbos: estaba en quinto de secundaria.
De agua está hecho el hombre


El día en que el río Tananka emergió de las fauces de nuestro mundo, arrastró consigo a una raza de guerreros, armados con arcos y flechas y pintados de rojo. Estos nuevos hombres tenían rostros fieros, pero que a la vez derrochaban sinceridad y sensatez. Se hacían llamar Ashaam-ikasa o “hijos del Tananka”. Con el pasar de los años adoptaron los collares y las trenzas como atuendos para distinguirse de las nuevas tribus que habían penetrado en los territorios circundantes al Tananka. La vida de las primeras tribus de Ashaam-ikasa giraba en torno al río, del cual obtenían el alimento sagrado o Ajaku, aquellos tiempos en los que eran bravos guerreros habían pasado y ahora vivían tranquilamente como un fuerte e imponente árbol. Era una de las razas más respetadas de la selva.

Dicen que duró décadas, otros, años, pero lo real es que largo fue el tiempo que los Ashaam-ikasa vivieron felices y serenos. Pero un día llegó Sapporo, flotando sobre una pequeña balsa, fue tomado y criado como hijo por una de las familias más antiguas de la raza Ashaam-Ikasa, los Saph-ashaam. Cuando se convirtió en un adolescente salió de su aldea y viajó por los confines de la selva en busca de su destino, tres lustros después regresó convertido en un hombre. Las heridas de mil y una batallas con fieras y hombres de otras tribus no hicieron más que darle severidad a su mirada, convirtiéndolo en un hombre de rostro profundo que descubría hasta las más profundas nimiedades que afloraran en el corazón de cualquiera. Las sogas y pieles que siempre iban a sus espaldas eran otro reflejo más del largo camino de vida que había recorrido Sapporo. Llevaba lianas gruesas y delgadas, monocromas o cubiertas de colores luminosos, también cargaba con pieles de jaguares, osos, serpientes, cocodrilos y pumas, que hubieran asustado a cualquiera por las vivaces expresiones en sus rostros que emanaban vida. Cada uno de los pasos que daba Sapporo era meditado por él y hecho con cautela y precaución. En ningún otro mortal se hubiera podido apreciar semejante fuerza, energía y fortaleza, por ello no resultó extraño que sea elegido jefe de la tribu Ase-ejayo, a la que pertenecía su familia y que era una de las dos tribus de la raza Ashaam-ikasa.


Era de esperarse que el jefe de la otra tribu Ashaam-ikasa, Nachak-kha no considerarse a Sapporo como jefe de la otra tribu, ya que siempre lo había tenido por un forastero. Y también era de esperarse, porque Nachak-kah era ambicioso, que le declarase la guerra a Sapporo para aparentemente purificar a los Ashaam-ikasa de la tribu Ase-ejayo, pero que en realidad era para tener el control sobre toda la raza, tenía planes malévolos para ganar la guerra y para controlar a los Ashaam-ikasa si es que ganaba.

Suspiró hondo y entonó el canto de guerra de los Aguae-eja, la tribu que lideraba:

“Hay de aquel que ose enfrentársenos.
Hay de aquel que se interponga en nuestro camino.
Hay de aquel que trate de quitarnos la libertad,
ya que sólo encontrará el yerro frío de nuestra fuerza
y perecerá escuchando nuestro nombre”.

La guerra estaba declarada.


En esas sociedades selváticas la guerra no era un asunto de unos cuantos meses, sino que les tomaba años preparase y cuando luchaban no paraban hasta que uno de los bandos extermine hasta el último integrante del otro bando.


Cuando Sapporo se enteró de la declaración de guerra convocó a una gran sesión en la explanada del nacimiento. Lugar en el cual según la tradición Ashaam-ikasa había emergido su raza sobre la tierra. Todos los notables de la tribu Ase-ejayo asistieron al concilio, Sapporo les preguntó si decidían apoyarlo y enfrentase a los Aguae-eja o expulsarlo de la tribu y someterse a Nachak-kha. Por unanimidad todos los notables decidieron apoyarlo. Luego se retiraron a realizar los preparativos para el conflicto. Sapporo no se movió de ese lugar y se puso a reflexionar, como lo había hecho tantas veces en su peregrinación por la selva, sobre el destino y fin de si mismo y de los Ashaam-ikasa. Se preguntó si los de su raza debían pelearse entre ellos mismos y lo que pasaría si eso ocurriera. Se cuenta que estuvo meditando durante tres días sin probar un bocado de comida, ni beber un solo sorbo de agua. Después de todo, era el peregrino, el gran Sapporo. Cuando regresó donde estaba su tribu, realizó algo para que ya no lo considerasen más un forastero: desposó a Fashira-Ashia, hija de una de más familias más respetables de la tribu Ase-ejayo. Su primer hijo nació dos estaciones después.


Durante las ocho estaciones posteriores a la declaración de la guerra, tanto los de la tribu Ase-ejayo como los de la tribu Aguae-eja se prepararon para el conflicto: lanzas llenas del fragor de la batalla, arcos como ramas de árbol al soplar el fuerte viento, mazos recios como piedras y flechas hechas con el alma de las chontas ancestrales para cada uno de los guerreros Ashaam-ikasa. Los guerreros Ase-ejayo se pintaron todo su cuerpo de rojo como antaño lo hicieron los primeros Ashaam-ikasa, parecían guerreros de la muerte destinados a expandirla por todo el mundo y subyugar a los que quedaran vivos. Mientras tanto los Aguae-eja se habían pintado sus rostros de azul y se habían armado de hondas rápidas y certeras y de porras elaboradas a partir de piedras.

“Y los Ashaam-ikasa pelearán entre si,
será una lucha de hermanos contra hermanos,
ya que ambos bandos habían nacido del río Tananka
y en el río todos ellos morirían”

A la décima estación después de declarad la guerra nació el segundo hijo de Sapporo y coincidió con el inicio de la guerra. Antes de que empezase la batalla la familia de los Hurí-tuy se retiró del bando de Sapporo y se fue a vivir a la parte baja del río Tananka. Luego la batalla empezó. Fue el inicio de una lucha de titanes, entre hermanos, por determinar el nuevo jefe de la raza. La batalla duró veinte días, al final, el ejército de Sapporo aniquiló al ejército de Nachak-kah y lo hizo retroceder hasta su aldea. Confiados en la victoria levantaron carpas alrededor del pueblo Aguae-eja. Para preparar el asedio del pueblo. Esa noche Sapporo soñó: estaba rodeado por un prado lleno de plantas, cuando de repente el agua lo cubrió todo, él se sintió flotando sobre el líquido y percibió que poco a poco iba hundiéndose en él. De repente, despertó.


Las hojas de los árboles caían, las flores se marchitaban y los frutos ya no maduraban en los jardines de la casa de Nachak-kah, la derrota era inminente. Sólo podía hacer una cosa: usaría al padre de su raza, el río Tananka, para causar la muerte de los Ase-ejayo. Virtió un veneno misterioso y potentísimo sobre el río.

“Hay del día en que los Ashaam-ikasa
atenten contra el río Tananka,
ese será el día
en que todos los de su raza perecerán
y nunca más volverá a crecer planta alguna sobre esa tierra maldita”

Los primeros en morir fueron los Hurí-tuy, menos precavidos y que además vivían en la parte baja del Tananka. Los Ase-ejayo presenciaron el infausto destino de los Hurí-tuy. Sapporo precavió a todos los Aguae-eja del agua del Tananka y les advirtió que no debían beber de ella. Durante un tiempo sus fuerzas retiraron el asedio del pueblo de los Aguae-eja. Nachak-kah se regocijaba de su suerte pero lo que no previno fue que sus fuerzas estaban tan mermadas que no podrían hacer frente a un inminente ataque Ase-ejayo. Y así ocurrió. A la estación siguiente a la expansión del veneno en las aguas del Tananka, el ejército de Sapporo asedió el pueblo de los Aguae-eja. A pesar de sus esfuerzos, Sapporo no pudo parar el frenesí e ímpetu de sus guerreros que aniquilaron a todos los Aguae-eja, incluyendo al propio Nachak-kah. La venganza había terminado.

Sapporo y su ejército regresaron al pueblo y se encontraron con un funesto espectáculo: los habitantes que habían quedado en el pueblo no pudieron soportar la falta de agua y se aventuraron a beber del río. Todos habían muerto, incluso la familia de Sapporo. Los guerreros no pudieron resistir el espectáculo y uno a uno fueron suicidándose ante los atónitos ojos de Sapporo.

“Y uno a uno fueron muriendo los Ashaam-ikasa,
y ya ninguno quedaba,
porque la maldición cumplida estaba,
solo un forastero ignoto
era testigo de la tragedia”

Sapporo se sentó y permaneció meditando durante estaciones, sin beber ni comer. Hasta que un día se levantó y se dirigió hacia el río. Con sus delgados dedos acarició las corrientes da agua del Tananka y en un momento se le vino a la mente toda la historia de los Ashaam-ikasa: desde el nacimiento de la raza hasta las guerras que los ultimaron. Sapporo se levantó, presintió algo y se puso a cavar al borde del río. Encontró una piedra con escritos ancestrales a la que, increíblemente, pudo leer con facilidad, pero de la que no pudo comprender nada. Probablemente los mensajes estaban cifrados. Y de repente algo se le vino a la mente, cogió la piedra y la sumergió bajo el agua. Ahora si podía entender lo que decía. Ésta narraba la historia de los Ashaam-ikasa, desde el génesis hasta los fines de su historia. Así como también contaba la historia del propio Sapporo.

“Sapporo era el hijo del río Tananka,
Entre las aguas nació y hacia las aguas iba.
Creció entre los Ashaam-ikasa
A los que no puedo salvar de su extinción.
Sapporo hacia el río fue y terminó por comprenderlo todo”.



Sapporo se lanzó al río, refrescó su mente y entonces entendió todo: la historia de los Ashaam-ikasa, así como la suya, ya estaban escritas y ambas eran idénticas. Las dos habían empezado en el agua y las dos acabarían en el agua.


“Y la raza de los Ashaam-ikasa desapareció,
y nunca se recordó su paso por la faz de la tierra”

Les presento a Esteban

Es hora de que conozcan a mi álter ego: Esteban, algún día será el protagonista de mi supuesta obra maestra. Hasta eso decidí escribir un tonto y aburrido cuento. Por favor, tengan piedad de mí, lo escribí hace 2 años. Por cierto, me atreví a enviarlo a Caretas para que partícipe en el Cuento de las mil palabras (esto demuestra que cualquier idiota puede participar en ese concurso literario).

Un día en la vida de Esteban
La vida era el simple reflejo de la armonía de tener la mente fuera de este mundo, de contemplar los vaivenes espirituales llenos de refulgentes colores y expresiones, de vivir sin morir y morir sin vivir y de apreciar las grandes verdades del alba y del ocaso… Esa era la definición que tenía Esteban sobre la vida y cada día que tomaba los senderos del mundo humano se aseguraba de que ésta estuviera muy bien guardada en su cofre de las mil y un ideas resplandecientes e inesperadas, o simplemente cerebro. Los días eran el ir y venir de la monotonía de la vida, pero no para él; éstos eran la búsqueda del destino, del significado de la vida, del reflejo de las ideas por las que uno vivía; era buscar el rumbo de uno mismo y encontrarlo, sí, encontrarlo.Tomaba un té cada noche y luego salía a deambular por las estrechas calles del pueblo, por aquellas en las que su imaginación muchas veces había creado historias de asesinos, duendes, unicornios y ladrones trabajando todos juntos como barrenderos o encontrándose en situaciones donde la vida de éstos dependía de la voluntad única e implacable del destino que todo lo sabía y al vez todo lo podía. Esteban poco podía hacer cuando veía en su constante merodear a una persona por aquí o por allá, puesto que cualquier individuo que lo veía inmediatamente se alejaba de él, y no sólo le tenían miedo a su constante andar sino también a su aspecto, que no era el más propicio para ser aceptado por los demás; sabiendo eso, él se jactaba de ser el monstruo del pueblo y debido a esto y a otros asuntos divertidos no se atrevía a suicidarse, ya no eran aquellos días en los que estuvo a punto de poner fin a su existencia por motivos filosóficos y con fundamentos como “¿qué es el vivir sin el morir?”, “con mi sacrificio puedo cambiar la concepción errada e inherente que se tiene sobre mí” o con el tajante “quiero conocer ya los beneficios del descanso eterno”.“Ir al vivir o vivir con el ir”, “mantenerse sin rumbo es propio del hombre y a la vez gratificante” fueron unas de las razones por las que Esteban justificaba su eterno deambular por el pueblo aquella noche. Sus pensamientos iban mezclados con ligeras gotas de té y con espesas espumas de jabón, como los sueños disparatados y excéntricos que tenía cada día a la lila de la alegría. De repente, como nunca, algo fuera de lo planeado lo interrumpió, en su devaneo mental se había desviado del camino que seguía todas las noches y vio que se encontraba a la entrada del misterioso castillo de La Tejada, uno de los vestigios que quedaban de tiempos antiguos y gloriosos en ese minúsculo pueblo. Lo único que le quedaba era entrar al castillo…Las tenebrosas torres se alzaban sobre el castillo, parecían tocar el firmamento. Ni un alma vagaba por ese lugar y los anchos muros parecían esconder un secreto nunca antes revelado, que guardaría la clave para romper el misterio y el silencio que encierra al castillo, antiquísimo y a la vez magnífico que emitía una atmósfera tenebrosa al sólo contemplarlo. Su estructura que alguna vez debió ser la más imponente de todo el valle aún se podía contemplar. En la reja se podía leer el anuncio que un precavido visitante había colgado años atrás: “entra si es en verdad necesario, huye si es que no estas dispuesto a entrar, ya que muchos han traspasado el umbral y han sentido el terror hasta el fondo de su alma”.“Son sólo inscripciones y significan algo, pero algo de lo que yo no tengo conocimiento”, pensó Esteban al leer el anuncio. Sabía que no podía retroceder, que su empresa fracasaría si hubiera dado un paso atrás, así que se armó de valor y empujó la reja del castillo suavemente, luego más fuerte hasta que logró abrirla. Sigilosamente atravesó el espacio que había conseguido hacer y entró al desolado jardín. Esteban avanzó lenta y silenciosamente por el llano, miraba tristemente a su alrededor mientras pensaba en algo muy distante del momento en que se encontraba. Después de atravesar el árido llano y subir por unas antiguas escalinatas de mármol se encontró frente a la puerta del castillo, sus repujados de arpías y faunos parecían contener sus ansias de entrar, pero no pudieron: simplemente empujó la puerta un poco y ésta se derrumbó como torre tirada por mil caballos. Luego entró.El amplio vestíbulo que alguna vez hubiera recibido a condes o marqueses ahora era una entrada poblada de nada, como nada eran también el comedor, el salón de fiestas, la cocina y los dormitorios. Sólo una silla de madera había sobrevivido a la destrucción, seguramente porque guardaba el espíritu del castillo. Sin pensarlo dos veces, Esteban se sentó en la silla y al instante empezó a ver todos los recuerdos de las épocas gloriosas del castillo, de sus habitantes y huéspedes notables, de las grandes celebraciones que allí se realizaban, de los clásicos bailes en el gran salón, de las suntuosas comidas en el comedor, y de los personajes notables que pasaron por el vestíbulo. Después de las visiones Esteban se paró y reflexionó sobre el paso de los años: “Pero como después de tanto tiempo esta silla se mantiene intacta, ¿será el espíritu del castillo lo que la mantiene intacta?, ¿acaso son las remembranzas del pasado las que nos ayudan a fortalecer el espíritu y nos revelan el significado de nuestras existencias y a la vez nos ayudan a forjar nuestro destino?, pues a mí esas remembranzas no me sirven”. Esteban salió del castillo y contempló lo que esperaba: el castillo se derrumbó en tan solo unos segundos, siglos de olvido habían al fin desaparecido por siempre. Esteban tomó el sendero y siguió su deambular, como todas las noches.